9.27.2009

Artículo: Sangre en el celuloide

“Pensamos que lo hacen como el que disfruta con un
hobby. Lo graban para tener una colección de recuerdos
cuando sean viejos.”
Declaración del detective Bogdan Vlasenko

Si el mayor exponente de bondad, de amor, que puede llegar a alcanzar el ser humano es traer al mundo a una nueva vida, esta misma acción conlleva el acto más terrible que dos seres humanos pueden hacerle a una tercera persona, a la que se le regala vivir en un mundo cruel, que sin duda, hará todo lo posible por engullirlo a dentelladas. El mundo muerde, y cada vez se recrea más en ello. Relamiéndose los labios, saboreando la maldad que rezuma por su faz. La maldad alcanza cotas cada vez más altas en el baremo con el que yo tiendo a convertirla en una cuestión pragmática, a medirla para calibrarla. A intentar localizar su epicentro para alejarme de ella. A vislumbrar que variables sociales la impulsan. Pero es una utopía, la maldad nace con el hombre. Y el hombre puebla la tierra. No hay escapatoria posible. Con cada nueva persona venida al mundo nace una mente vacía de todo, inocua por completo, que sin embargo, en apenas unos años podrá empañarse por el odio, la rabia, la pena, el miedo. Por la maldad, esa que no atisbamos en el rostro de bondad del neonato que sostenemos, al cual no le queda más opción que elegir entre estos dos únicos papeles en la chapucera obra de teatro que conforma la existencia: o victima, o verdugo.

Eran casi las tres de la madrugada cuando, incapaz de conciliar el sueño, escuchaba atento la voz de Iker Jiménez, que desde su programa radiofónico Milenio3, me contaba cosas que nadie suele contar. Verdades que conforman un mundo cada vez mas primitivo, que anda de puntillas camuflado por la tecnología para enmascarar que sigue siendo el mismo de hace cientos de años. La misma mala bestia que engulle cuando tiene hambre y sacia su sed en los charcos de sangre vertida por nuestras manos. Me encontraba recostado sobre la silla, a oscuras y en silencio, requisitos que yo mismo me impongo imprescindibles para escuchar a este genio de la comunicación. La palabra clave que disparó mis alarmas fue dicha con tanto énfasis que hizo que voltease la cabeza hacia la radio, de la misma forma que lo hubiera hecho al querer ver algo con más atención en el televisor; “película snuff”, dijo Iker a través de la radio. Para los no avezados en estas oscuras lindes, las películas snuff son aquellas grabaciones en las cuales se muestra con todo lujo de detalles como se acaba con la vida de una persona, de forma lenta y esmerada, recreándose en refinar la tortura ante la lente de la cámara. Sin embargo, estas son un mito que nacen en la década de los 70, cuando el conocido asesino Charles Manson y su grupo de seguidores robaron un camión de la cadena de televisión NBC, a rebosar de material de grabación, con el firme propósito de registrar en el celuloide sus asesinatos. Fue entonces cuando surgió la inquietante idea de realizar esto valiéndose del séptimo arte. Mas adelante, en el año 1976, el fenómeno da otra vuelta de tuerca. Se estrena la película “Snuff” en argentina, dirigida por Michael y Roberta Findlay. La película fue todo un estreno, más gracias a su contenido polémico que por su elaborada producción. Pues en ella se mostraban escenas en las que, en un primer visionado, se creía que realmente se mataba a una chica. Para añadirle más morbo al asunto, la película fue estrenada con el subtitulo de: “Filmada en Sudamérica, donde la vida es barata”. La polémica estaba servida, no se tardo en acusar a sus directores de poco menos que asesinos desalmados, los cuales fueron raudos en mostrar que la actriz, de cuerpo presente junto a ellos en las ruedas de prensa, estaba la mar de sana, y que, desde luego, no había sido asesinada. Que todo había sido ficción vendida sutilmente como una pavorosa realidad. Pero el mito ya había cobrado forma, la realidad, aun muy lejos de ser cierta, vestía prendas de una inquietante posibilidad de llevarse esto a cabo. Desde dicha fecha, no se tenia constancia de que ningún cuerpo de policía del mundo tuviera en su poder alguna grabación snuff. No eran más que un bulo. En su momento, el mito vuelve a retroalimentarse ante la posibilidad de que asesinatos tristemente célebres como el de las niñas de Alcácer, donde el grado de agresión hacia las victimas llegaba al de la tortura, planteaba sobre la mesa la posibilidad de que alguien se había recreado en sus asesinatos. Quien sabe si con el macabro fin de registrarlo en video. De nuevo la alargada sombra de la posible existencia de las snuff cobraba protagonismo. Unos años más adelante, se plantea de nuevo la hipótesis ante los crímenes masivos perpetrados en Ciudad Juárez, donde las víctimas son poco menos que despedazadas con total impunidad hasta la fecha, ¿podría alguien estar grabando aquellas masacres con el lúdico fin de ganar dinero perpetrando estas carnicerías ante la cámara? Se repite la historia, se repite la posibilidad, pero nunca el hecho demostrable y empírico de una snuff sobre la mesa de las pruebas.

No hasta la fecha. Así me lo contaba Iker con un nudo en la garganta anoche de madrugada, donde parece que casi todo es posible en ausencia de las luces del día y de la razón. Un asesinato se había cometido en Ucrania, tres jóvenes había matado a un hombre de mediana edad de forma salvaje, valiéndose para ello de un martillo y un destornillador. Y uno de ellos lo había grabado en video. La terrible posibilidad había cobrado forma. Los datos que me facilitó Carmen Porter, copresentadora de Milenio3, fueron muy escuetos. La noticia no había llegado a España al parecer, y ella creía ético no dar demasiada información relevante para alejar al público de los detalles mas tórridos, como las fotos y la grabación en sí, las cuales circulaban por la red de redes. Y en realidad lo hizo bien, los datos fueron pocos, pero yo a esas horas de la madrugada soy poco menos que un sabueso cuyo olfato esta vigorizado por grandes dosis de cafeína. En poco menos de quince minutos di con el titular, con las noticias, con las fotos y los videos del juicio y de la snuff. En varios servidores ingleses pude empaparme bien de la noticia hasta donde mi famélico inglés me lo permitió. Estos tres jóvenes fueron detenidos y juzgados por varios asesinatos. En los ordenadores de ellos había material audiovisual de sus cacerías, fotos y videos de asesinatos a animales domésticos, como perros y gatos. Donde se retrataban junto al maltrecho cadáver del animal en cuestión. Llegados un punto, esto pareció no satisfacerlos, y dieron el terrible paso. Comenzaron a asesinar a personas. Y no solo a ello, sino a fotografiar y grabar sus crímenes. En un acto de crueldad y frialdad impresionante, fueron incluso a los entierros de sus victimas, para hacerse la foto de rigor junto al cadáver o la tumba de la persona que ellos mismos habían asesinado. Soy un tipo con más estómago que corazón, pero he de reconocer que se me cortó el cuerpo ante tal noticia. Que un escalofrió hizo un tour turístico por todo mi cuerpo al conocer la historia y sus oscuros detalles. Enfriando una lógica malsana, para ponerla al mismo nivel de alguien sin ningún tipo de escrúpulos, puedo llegar a atisbar que alguien grabe la muerte de una persona para satisfacer los más bajos instintos de otra a cambio de dinero. Estos jóvenes solo buscaban una recreación propia, no ajena. Los videos de sus asesinatos eran para consumo propio. Para degustarlos en la intimidad de sus cuartos ¿Era esto cierto? ¿De verdad se había llevado esto a cabo? No dude del rigor profesional de Iker, sino más bien de los límites entre lo posible y lo irreal. Aquello sonaba demasiado surrealista. Con un par de golpes de tecla indagué de nuevo, en busca de la snuff. La inmensa mayoría de los servidores se había desecho del video pocos días antes de que yo llegara, había sido suprimido. Pero los comentarios dejados por los usarios atestiguaban que lo habían visto, que era real. Seguí buscando. Y di con el. Me detuve, pensando en lo que me disponía a hacer, con el dedo sobre el ratón y el cursor sobre la tecla de play. Siete minutos y cuarenta y ocho segundos de metraje, de agonía y de muerte, era la anatomía de aquel video. Respiré hondo, he hice clic. Y mostraba lo que prometían. Un hombre en el suelo, y tres asesinos de pie. Un martillo. Un destornillador. Una vida que se apagaba. Y otras tres que reían. Di gracias por que la calidad del video fuese mala al grabarse con el móvil, y no me vi con fuerzas para verlo entero. No hacia falta. Al primer martillazo en la cara a aquel hombre, a la primera puñalada valiéndose del destornillador, la dosis que ingerí de realidad fue tan inmensa que no precisé tener la seguridad de que al final del video no saldrían unos títulos de crédito, para respirar aliviado al comprobar que aquello era ficción. La sangre real dista mucho de la que muestra Hollywood en las películas. No tiene ese glamour, donde los focos y el maquillaje realzan la toma, donde las heridas del protagonista quedan hasta con cierto tono de estilismo heroico. La sangre de verdad no es así. Es negra más que roja, espesa más que liquida, y real a todas luces. Me negué a ver morir a aquel hombre, me rendí a poder ver aquel video entero. Al contrario, como tantas otras veces, busqué la foto de la víctima y de los asesinos. Que sonreían desde el papel fotográfico, uno inocentemente, ignorando su trágico e inmerecido final, y los otros tres henchidos de orgullo, al ser los responsables de desmitificar un mito. Quien sabe si al saberse los primeros en ver la muerte que han causado a través del velo de irrealidad atemporal que proporciona una grabación de video. Estos pasaran a la historia de la criminología, tal vez con el titulo nobiliario de verdaderos pioneros en esto de las snuff. La victima en cambio, vivirá por siempre atrapada en los fotogramas de la grabación de su propio asesinato.


Azhaag

9.23.2009

Artículo: Coleccionando palabras


“Polonio: ¿Qué leéis, mi señor?
Hamlet: Palabras, palabras, palabras…”

Hamlet, de William Shakespeare

Hay quien colecciona sellos de cartas que jamás se atrevió a enviar. Hay quien prefiere ensartar en un corcho a una mariposa y dar al traste con su vida y su grácil vuelo. Luego están los otros, quienes les da por coleccionar monedas de otros países, en lugar de viajar al país en cuestión y arrojar dicha moneda al sombrero raído que yace a los pies del músico ambulante, harapiento, y siempre tocando con más pasión que acierto a cambio de morralla. A otros especimenes les da por coleccionar minerales, quizá respondiendo a un acallado sentimiento megalómano que satisfacen a medias creyendo tener, en esencia, entre su rosa de los vientos, su amatista y su pirita, los materiales con los que se edificó el mundo al alcance de su mano. Hay gente para todo, y como pueden comprobar, tengo suficiente acierto para menospreciar dicha remesa de colecciones, y al mismo tiempo, defender con uñas y dientes la mía ¿Qué que colecciona servidor? Palabras, señores. Ristras y ristras de consonantes perladas con vocales y aderezadas con una variada gama de signos de puntuación. Llevo haciéndolo desde que tengo uso de razón, o más bien, capacidad para leer y escribir. No sabia, o mejor dicho, no me atrevía a leer sin un lápiz y un trocito de papel al lado. Cuando comenzaba la lectura, llegaba a un párrafo o a un diálogo, en el cual la belleza de lo contado me impactaba de lleno, y como me resolví rápidamente ante la obviedad de que copiar el texto íntegro suponía pausar la lectura demasiado, un coitus interruptus en toda regla, opté por dármelas de críptico. Apuntaba por ejemplo: “110-1-No pido…”, y con este cifrado me las entendía perfectamente de desear volver a leer el párrafo en concreto en la página en cuestión. Les contare mi triquiñuela; el primer digito hacia referencia a la pagina del libro. Después, le seguía otro numero, que siempre era o el uno, o el dos, o el tres. Fragmentando la pagina mentalmente en tres partes (parte de arriba de la hoja, medio y final de esta), según donde estuviese más o menos la cita a destacar, anotaba un uno para el borde superior de la hoja, un dos para el medio, y un tres para el final de esta. Y por último, las palabras con las que empezaba la cita. Con este indicador tan versátil y rápido de anotar, comencé a llenar la hojita adjunta al libro con más y más referencias de donde se hallaban las citas. Y una vez terminada la lectura, dicha hojita la guarecía entre sus hermanas mayores, justo en mitad del libro, y ahí se quedaba. Como todo un mapa del tesoro solo legible para ojos adiestrados. El sistema me valió durante años, pero di con uno incluso más cómodo. Ahora, en lugar de leer con un bolígrafo y un trozo de papel al lado, lo hago con el móvil siempre cerca. No es porque espere la llamada de la última conquista de melena negra y ojos soñadores, sino porque dentro del complejo mecanismo de todo móvil, acabe por hallar con una herramienta mucho más cómoda y rápida para hacer mi particular antología a la hora de leer. Que no es otra cosa que la opción de poder grabar la propia voz que todo móvil brinda al usuario dentro de su apartado multimedia. Así que al tiempo que leía, grababa en mi móvil la antología seleccionada. Rápido, cómodo y mucho más completo que el sistema arcaico de la infinita hilera de números sobre la hojita. Al acabar el libro, encendía el ordenador, le daba al play, y me limitaba a transcribir lo que yo mismo me dictaba. Así que ya ven, yo me limito a coleccionar descripciones, diálogos, soliloquios, reflexiones, conjeturas y demás contenido variado que halla uno escarbando en las hojas de un libro. Y es que, como les decía, hay gente para todo… ¿qué sentimiento satisfago haciendo esto? Francamente, no lo se a ciencia cierta. Pregúntense, ¿qué magnetismo empuja a dejar al estudiante de bellas artes embobado ante una obra que cuelga de la pared de un museo? Quizá hablemos de lo mismo, de esa forma de intentar ver, a fuerza de observarla una y mil veces, los engranajes de la genialidad. El uso de aquel u este adjetivo en la frase. Su manufactura. Hace tiempo que perdí mis ojos de lector, al tornarse estos, por la alquimia de la ilusión, en verdaderos ojos de halcón que lo escudriñan todo, mitad fascinados, mitad ávidos, por buscar en la estructura de las frases el proceder que me eleve al estatus de escritor que aspira a escribir cosas dignas de leerse. Hace tiempo le escuché decir a Stephen King en uno de sus libros, que si uno no dispone de tiempo para poder leer, no dispondrá del método o las herramientas necesarias para poder escribir. Partiendo de eso, precisamente, de semejante silogismo que empuja a la lectura y a la escritura a la misma espiral que se retroalimenta a si misma, nace el porque de mi colección. Y a diferencia de los cenutrios que coleccionan otra clase de fetiches, yo juego con ventaja. Llegara el día en que se agoten las vetas de minerales, el día en que los fabricantes de sellos echen la persiana, al no usarlos la gente más a causa de la innecesidad de decirse nada los unos a los otros. El día en que no queden más mariposas que empalar para admirar su belleza sin vida y su vuelo muerto y congelado. Días tristes en que no queden más monedas con las cuales jugarnos, a cara o cruz, una decisión importante a falta de redaños para elegir prescindiendo del azar. Llegara el día, y todos estos panolis se miraran contrariados, sin saber que hacer. Y mientras tanto, yo seguiré a lo mío. Coleccionando párrafos y frases. Los ríos de tinta jamás se secan, pues el mismo hombre es, a la vez, manantial del que nacen y viajero sediento que se acerca a ellos para calmar sus ansias. Mi colección jamás tendrá fin, jamás estaré cerca siquiera de acabarla; ahí radica mi dicha. A esta rata de biblioteca la matará antes una indigestión de letra impresa, que fenecer a causa de una inanición por la ausencia de páginas que roer.

Azhaag

9.11.2009

Video: ¿Quién dijo malo?

Un documento grafico de vital importancia para desmentir la rotunda afirmación de la naturaleza agresiva e innata de los pitbull… nada más lejos de la realidad, sino, juzguen ustedes mismos… seguro que ningún colega felino se atreve a mirar mal a este gato con semejante guardaespaldas.






Azhaag

Microrelato: Una de samuráis

El ronin, después de llevar tres días huyendo a través del bosque se detuvo en seco, y desenvainó su espada presto a luchar. Se acabó el huir, moriría entablando combate o viviría gracias al dominio de su acero, prefería eso antes de huir siquiera una noche mas a través de estos bosques embrujados. Podía escuchar a lo lejos como se aproximaba corriendo hacia él. El ronin se aferró a su espada, seria ella quien lo mantendría en el mundo de los vivos. La bestia seguía acercándose, los árboles sucumbían al avance de aquel demonio y los metros entre ambos se iban reduciendo cada vez más. El ronin, segundos antes del choque, afianzó sus pies en la tierra, agarró con mas fuerza la empuñadura de su espada y aspiró, quizá por ultima vez, el aire que mecía las flores de cerezo. Los árboles de delante se desgajaron de la tierra por la embestida de la criatura, y con un rugido que quebraría el alma del mas valiente, saltó hacia el ronin que seguía imperturbable y sereno a la espera del momento preciso en el que atravesar el corazón de aquel demonio con su acero.

-¡¡Corten!! –gritó el director -¡¡Corten!! Maldita sea, Luis ¿Es que no te das cuenta de que se te ven las zapatillas bajo el disfraz de demonio? ¿Dónde se ha visto un demonio con unas zapatillas deportivas? ¡Me cago en todo! A rodar de nuevo la puta escena…

El ronin, cansado de repetir por quinta vez la misma secuencia, dejó la espada de plástico apoyada en un árbol de atrezzo y se encendió un cigarrillo.

Azhaag

Biblioteca: La Trilogía de Nueva York, de Paul Auster


Paul Auster, nacido en estados unidos en 1943, natural de Nueva Jersey. Poeta antes de escritor, ha llegado a trabajar incluso como guionista de cine. Su estilo, cuanto menos poco convencional, suele estar orientado hacia la novela negra. Sus tramas, ricas en matices y personajes, suelen estar pobladas de reminiscencias de otras de sus novelas: personajes de otras historias que se dejan caer por esta o aquella pagina, casualidades imposibles entrelazadas a la perfección y cuyo verdadero origen se encuentran en la vida real del propio Auster, finales abiertos que parecen dar pie a la trama de otros escritos… un verdadero malabarista.


La Trilogía de Nueva York es un tripartito de historias, aparentemente sin relación entre ellas, pero que sin embargo están unidas por un fino hilo que las hilvana como una sola. Ciudad de Cristal (1985), Fantasmas (1986) y La Habitación Cerrada (1986) forman en conjunto La Trilogía de Nueva York. Todas ellas pertenecen al género negro que tanto parece apasionarle a Auster. Historias que van desde detectives que sin serlo, por error, empiezan a ejercer como tales, metiéndose tan de lleno en el caso que acaban engullidos, presos en la espiral tan cerrada que este creara, llegando a olvidar incluso su propia identidad. Siendo este el argumento de Ciudad de Cristal, la cual, una vez alcanzado su final, dejara al lector con la sensación de que el libro que ha adquirido en su librería de costumbre le han de faltar un par de hojas, pues la naturaleza abrupta del desenlace lo deja a uno mitad enojado, mitad maravillado. En Fantasmas, la historia de detectives que persiguen a criminales por encargo adquiere una nueva dimensión que va más allá del género, alcanzando cotas metafísicas donde el protagonista de la historia se preguntara sobre el verdadero significado que implica el estigma de ser culpable en este juego de persecuciones. Y por ultimo, La Habitación Cerrada, a mi juicio, la mejor de las tres historias, flirtea con aspectos tan subyugantes como la fantasmal presencia del pasado que irrumpe sin avisar en el presente para causar solo tormento. La historia empieza con una llamada de la que a priori dice ser la esposa del amigo de nuestro protagonista. Esta le hace saber que su marido le dejo el encargo de que, en caso de ocurrirle algo, confiara todos sus manuscritos a su mejor amigo, nuestro protagonista. El cual lleva tanto tiempo alejado de su antigua vida y de esta lejana amistad que el encuentro con su pasado se le antojara de lo más perturbador. Una verdadera genialidad con la que Auster rubrica el final de su trilogía.


A nivel personal, Auster ha sido un grato descubrimiento. Y esta primera toma de contacto no ha hecho más que alentarme a buscar más títulos dentro de su prolífica obra. Sin lugar a dudas, volverá a aparecer en breve por aquí…






“Baudelaire: Il me semble que je serais toujours bien la oú je ne suis pas. En otras palabras: me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy. O, más directamente: donde quiera que no estoy es donde soy yo mismo. O bien, cogiendo el toro por los cuernos: en cualquier parte fuera del mundo.”



“Dado que esta historia se basa directamente en hechos, el autor cree que es su deber no sobrepasar los limites de lo verificable, resistir a toda costa los peligros de la invención.”



“En ultima instancia, una vida no es mas que la suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada mas que su propia falta de propósito.”



“Las historias solo le suceden a quienes son capaces de contarlas, había dicho alguien una vez. De la misma manera, quizá, las experiencias solo se presentaban a quienes eran capaz de tenerlas.”



“Llego un momento en que noté en que ya no estábamos empeñados en un combate, que las cosas se habían asentado entre nosotros. Al pensar ahora en ese momento, me tienta utilizar el lenguaje tradicional del amor. Deseo hablar con metáforas de calor, de fuego, de barreras que se derriten ante pasiones irresistibles. Soy consciente de lo ampulosos que pueden sonar estos términos, pero al final creo que son exactos. Todo había cambiado para mi, y palabras que nunca había comprendido, súbitamente empezaron a tener sentido. Aquello fue una revelación, y cuando tuve tiempo de absorberla, me pregunté como había podido vivir tanto tiempo sin aprender aquella sencilla verdad. No estoy hablando de deseo tanto como de conocimiento, del descubrimiento de que dos personas, a través del deseo, pueden crear algo más poderoso de lo que ninguna de ellas podría crear sola. Ese conocimiento me transformó, creo, he hizo que me sintiera más humano. Al pertenecer a Sophie, empecé a sentir como si perteneciera a todos los demás. Resultó que mi verdadero lugar en el mundo estaba más allá de mí mismo, y si estaba dentro de mí también era ilocalizable. Era el diminuto espacio entre el yo y el no yo, y por primera vez en mi vida vi esta nada como el centro exacto del mundo.”



“En un libro de Peter Freuchen que leí una vez, escribe Fanshawe, el famoso explorador del ártico cuenta que quedó atrapado por una tormenta de nieve en el norte de Groenlandia. Solo, con sus víveres disminuyendo, decidió construir un iglú y esperar a que amainara la tormenta. Pasaron muchos días. Temeroso, sobre todo, de ser atacado por los lobos –porque les oía merodear hambrientos junto al tejado de su iglú -, periódicamente salía fuera y cantaba a pleno pulmón para asustarlos. Pero el viento soplaba furiosamente, y por muy alto que cantase lo único que oía era el viento. Sin embargo, si bien éste era un problema grave, el problema del propio iglú era mucho mayor. Porque Freuchen empezó a notar que las paredes de su pequeño refugio iban gradualmente cerrándose sobre él. Debido a las peculiares condiciones atmosféricas en el exterior, su aliento literalmente congelaba las paredes y con cada respiración éstas se volvían más gruesas y el iglú se hacia más pequeño, hasta que finalmente casi no quedaba espacio para su cuerpo. Ciertamente es aterrador imaginar que tu propia respiración te va metiendo en un ataúd de hielo, en mi opinión, es considerablemente más angustioso que, digamos “El pozo y el péndulo” de Poe. Porque en este caso es el hombre mismo el agente de su destrucción y, además, el instrumento de esa destrucción es precisamente lo que necesitaba para mantenerse vivo. Porque ciertamente un hombre no puedo vivir si no respira. Pero al mismo tiempo no vivirá si respira. Curiosamente, no recuerdo como consiguió Freuchen escapar de aquella apurada situación. Pero no hace falta decir que escapó. El titulo del libro, si no recuerdo mal, es Aventura ártica. Hace muchos años que esta agotado.”



“Directamente detrás de mí estaba la cama, con la misma colcha de cuadros blancos y azules que yo recordaba. Aquella era la prueba tangible, los restos de un mundo muerto. Yo había entrado en el museo de mi propio pasado y lo que encontré casi me aplasta.”



“Deje que mi mente vagara sin propósito, esperando persuadirme de que aquella ociosidad era prueba de que estaba reuniendo fuerzas, señal de que algo estaba a punto de suceder. Durante más de un mes lo único que hice fue copiar pasajes de libros, uno de ellos, de Spinoza, lo clave en la pared: “Y cuando sueña que no quiere escribir, no tiene la capacidad de soñar que quiere escribir, y cuando sueña que quiere escribir, no tiene la capacidad de soñar que no quiere escribir.”



“Como ejemplos de escritura, las cartas de campo sobrepasan a todas las demás. A estas alturas, el ojo de Fanshawe, se ha vuelto increíblemente agudo, y uno intuye una nueva disponibilidad de las palabras dentro de él, como si la distancia entre ver y escribir se hubiera acortado, los dos actos son ahora casi idénticos. Parte de un mismo gesto ininterrumpido.”



Azhaag