Ya desde pequeñito era considerado raro, tanto por sus coetáneos en estatura como por aquellos que midiendo cincuenta centímetros más que él eran considerados por ellos mismos como los adultos. Sus compañeros veían en él siempre la respuesta a las preguntas que los adultos lanzaban al aire en mitad de la clase, preguntas que en teoría, ningún niño debía conocer. Por lo visto, esos gruesos volúmenes a rebosar de letras quedaban demasiado altos en las estanterías de sus casas, no estaban al alcance de ninguno de ellos. Pero estaba claro que aquel jovencito, o bien tenia una silla sobre la que subirse, o alguien le alcanzaba los libros que descansaban en lo alto de las repisas. En definitiva, era demasiado listo para ser tan bajo. Cuentan que donde más disfrutaba era en aquellas clases donde se podía debatir lo expuesto en ellas. En clase de matemáticas o en lengua no se podía contradecir los axiomas básicos, dos y dos eran cuatro y negro era un adjetivo calificativo, pero había otras clases donde aquel niño podía avasallar a sus profesores, como en religión. Disfrutaba como un enano en clase de religión, ya que tenía ante él a un duro adversario, Doña Teresa. Era un hueso duro de roer, acunada y criada entre crucifijos y estampitas de Fray Leopoldo, la religión corría por sus venas como la sangre o como el veneno de una serpiente, el cual no dudaba en inocular a sus alumnos en grandes dosis de verdad inapelable. Se limitaba a imponer más que a enseñar a dudar. Y aunque suene increíble, esta beata se echaba a temblar cuando le tocaba impartir clase en el aula de 5º C, pues en la última fila la esperaba sentado nuestro amiguito, con su sonrisa de cabroncete, dejando ver uno de sus colmillos como un lobezno con ganas de hincar el diente. Al resto de alumnos le encantaba la situación que se producía día si y día también en clase de religión, cuando Doña Teresa comenzaba la clase, tarde o temprano, nuestro crío de la ultima fila levantaba la voz y comenzaba a poner en entredicho lo que la profesora decía, con argumentos tan sólidos y convincentes, que la profesora se enzarzaba en un acalorado debate contra aquel niño en lugar de mandarlo a callar. Esto ocupaba gran parte de la clase, por lo que la lección que mandaba estudiar siempre era reducida gracias a aquellos debates que consumían gran parte del tiempo, ganándose la sonrisa de sus compañeros. Doña Teresa comenzaba a exasperarse, cada día perdía terreno frente a aquel niño. Antes, los primeros días de clase, argumentos como “Dios existe porque así lo demuestra la Biblia”, bastaban para hacérselo creer a los alumnos. Pero nuestro amigo contra atacaba hablando con gran elocuencia. “La Biblia no es más que un panfleto publicitario escrito por aquellos que quieren que compremos su producto, es lógico que nos hagan creer en su verdad…”, decía, haciendo encolerizar a la profesora. Los días transcurrieron, y los argumentos para hacer real la existencia de un Dios, de una deidad creadora y suprema, se hicieron cada vez más científicos en lugar de tan espirituales como los expuestos antes. Nuestra profesora buscó algo tangible para callar la boca a aquel niño, alejándose incluso del temario que tocaba dar, en un intento de que su alumno no pudiera presentar ningún alegato preparado y ensayado contra lo que diría ella, hasta ese extremo tan desorbitado llegaron las cosas. “Vivimos en un gran lienzo, en una gran obra creada en exclusiva para nosotros. El mundo en el que vivimos esta demasiado bien hecho, ello evidencia que ha sido creado con premeditación, con una inteligencia detrás de la obra. Todo funciona demasiado bien como para que sea fruto de la casualidad. Se nos ha puesto agua para que calmemos nuestra sed, luz y oscuridad para calentarnos y escondernos al amparo del frescor que nos regala la noche, es por esto, que una vez más podemos evidenciar la existencia de un creador.” La mano de nuestro pequeño amigo se volvió a levantar con algo que decir. “No creo que eso sea cierto, Doña Teresa, el mundo como tal fue creado hace mucho tiempo, antes de la aparición de los seres humanos. Criaturas como los dinosaurios habitaron este planeta antes que nosotros. Se podría decir, por tanto, que el mundo fue creado para ellos, no para nosotros. Nosotros nos limitamos a florecer de el sin más.” Le tocaba mover ficha a la profesora. “El mundo, hijo mío, fue hecho para ti y para mi, para todos nosotros. Fíjate, por ejemplo, en el verde de los prados y los bosques ¿Por qué verde y no rojo o morado? La respuesta, una vez más, evidencia la existencia de nuestro Dios. El verde es el color en el que más descansa la vista al posarse sobre el, por eso los árboles no tienen su follaje rojo o de algún otro color dañino para nuestros ojos… hasta en eso ha pensado nuestro Dios.” La clase se quedó expectante a la respuesta del alumno, sin duda la estocada de la profesora era buena, bien dirigida y afilada en la piedra angular del argumento del diseño inteligente. Pero no fue bastante ni lo suficientemente certera para enmudecer a nuestro joven agitador. “Los árboles ya eran verdes antes de que nosotros habitáramos la tierra… han sido nuestros ojos, nuestra corneas, las que se han adaptado a la naturaleza y no al contrario.” Jaque mate, nuestro pequeño peón había engullido a la reina, la cual se limitó a callar y a mirar con un odio que su Dios no aprobaba a aquel niño. El tiempo pasó para ambos, dotándole a uno de altura y a otra de arrugas, y por esas ironías que tiene el destino, ambos se volvieron a encontrar un buen día, compartiendo el mismo autobús camino de al parecer un mismo destino. Ninguno le dijo nada al otro. Las miradas a veces son lo suficientemente elocuentes como para enturbiar el aire con palabras. La vieja profesora miró a aquel alumno que caminaba de la mano del diablo, sembrando falsas palabras ya desde pequeño hacia su profeta y su Dios. La gente no cambia, quizá por ello, el alumno tan solo se limitó a volver a sonreírle con su mueca de lobo orgulloso.
Azhaag
9.06.2008
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1 comentario:
Susi, señorita Angelines, Lisardo (creo) y Pepe. Así se llamaron los cuatro docentes que trataron de inculcarme a lo largo de mis años de colegio e instituto un poco de beatitud. Ilusos...
Mas o menos venían a emplear los mismos argumentos brillantes que Doña Teresa.
Buen artículo Rubén, me has hecho recordar muchos momentos de aquellas dos horas religiosas semanales.
Un beso.
Hibris
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