4.24.2007

Relato: Mirando al abismo a los ojos

Mirando al abismo a los ojos

“Sólo que el monstruo nunca muere. Hombre lobo,
vampiro, espíritu demoníaco, criatura innominable de
los yermos. El monstruo nunca muere.”
CUJO de Stephen King

Siempre me ha apasionado la criminología, el intentar comprender, mediante el análisis y la razón, la raíz del mal, que en ocasiones repta silenciosa por la mente humana, dejando a su paso un estigma en la sociedad en la que el sujeto en cuestión eligió para escenificar su cruenta obra.

Pues para los avezados en la materia, oír el nombre de una calle como lo es la de White Chapel (Londres), es una reminiscencia de la niebla en la noche, de un afilado cuchillo brillando con luz propia entre las sombras, es, a fin de cuentas, recordar el nombre del anónimo Jack “el Destripador”, que durante la segunda mitad del año 1888 asesinó salvajemente a cinco mujeres en esta sombría calle londinense.

Mentar la ciudad de Milwaukee (la más grande del estado de Wisconsin, Estados Unidos) es acordarse de Jeffrey Dahmer y las 17 almas que segó.
Hablar de el cortijo de Los Galindos (Sevilla) es sentir el calor de un sol que quemaba todo cuanto no se escondiera en la sombra, es ver esas balas de paja ensangrentadas que los asesinos emplearon para ocultar uno de los cadáveres, y recordar aquel lúgubre epitafio que una mano anónima pintó en un muro sobre lo ocurrido en aquel lugar.

Podrán pasar 100 años y la gente seguirá sin ser capaz de olvidar semejante binomio, como si la sangre que se derramo en aquel lugar fuese imposible de limpiar por mucho que pase el tiempo.

La gente se niega a hablar de lo ocurrido cuando los periodistas intentan indagar en el asunto, les avergüenza que semejantes carnicerías hayan acaecido en su tierra.
Quizás sea por que dentro de sus mentes se lleva a cabo un razonamiento que en segundos se torna en certeza, el pensar por un instante que es el lugar, la tierra que pisan y el aire que respiran los que han dado a luz a semejantes monstruos, y que tal vez las personas que conozcan el echo por medio de la prensa o la televisión tengan el mismo pensamiento que ellos, tachando a todos los habitantes de la zona de asesinos aletargados que en un futuro puedan cometer los mismos actos.

Nada mas lejos de la realidad, basta con hacer un ligero sondeo para comprobar que no es el lugar el que crea el monstruo.

Las hemerotecas que recogen los sucesos criminológicos crecen en grosor y variedad hora tras hora, a cada instante y en cualquier parte del inmenso planeta que habitamos se lleva a cabo un asesinato, una masacre, una violación, un robo…
Ya sea en la recóndita África o en alguna de las paradisíacas playas de nuestro litoral.

Ocurre a diario, en cualquier parte, sin distinción de razas o de credo.
El único elemento siempre presente en la ecuación es el hombre, y la x, la incógnita, es el motivo que impulsa al criminal a llevar a cabo semejantes acciones.

Es imposible distinguirlos entre el torrente de gente con el que cada mañana nos cruzamos, sus ojos no brillan más, su faz no presentan un rasgo distintivo, son como ustedes y como yo.
El único elemento, la única característica que las estadísticas coinciden en que tienen en común todos estos monstruos, es una infancia repleta de vejaciones y maltratos.
Donde una paliza, es el pan de cada día, donde el abuso no es censurado por normas ni doctrinas, y al final es aceptado como algo normal y cotidiano.
Es raro encontrarse con algún criminal que no haya tenido una infancia dura y haya aceptado el mal como forma de vida. No digo que no los haya, hay algunos que vivieron una infancia plena y confortable y sin embargo sus nombres pasarán a la historia junto a los de otros violadores o asesinos.
En algún momento se torcieron del camino trazado por la razón y la decencia, sin embargo engloban un minúsculo porcentaje frente al resto que padecieron una infancia traumática.

Por tanto ¿De donde nace el mal? ¿Cómo se adhiere al ser humano y le exige un tributo de sangre para saciar su sed? ¿Es posible que un ser humano nazca con el mal impreso en su código genético? ¿Es posible que nazca bajo la luz de una mala estrella que lo destine a convertirse en un asesino?

En la opinión del que esto escribe, no somos mas que el resultado de una suma, en la que uno de los sumandos bien podría ser la educación que recibimos en nuestra infancia y el otro digito de la ecuación sean las acciones que llevamos a cabo bajo nuestro libre albedrío, el resultado final marca lo que se seremos en el mañana.

No existen los monstruos más allá de los que nosotros mismos creamos.

Azhaag



2 comentarios:

Anónimo dijo...

"...no es el lugar el que crea el monstruo."

"No existen los monstruos más allá de los que nosotros mismos creamos."


Muy bueno el escrito Rubén.
Cierto es que la gran mayoría de los criminales tienen un denominador común y es que en la infancia sufrieron en sus propias carnes injusticias que luego ellos mismos se encargarán de elevar a su máximo exponente.

No creo que la maldad sea algo genético ni muchísimo menos. Como bien has apuntado, se trata de una combiación de elementos (educación, entorno familiar...) que van formando al individuo, y, en ocasiones, desgraciadamente el monstruo sustituye a la persona.


Un beso.

Hibris

sinnombre dijo...

"...la educación que recibimos en nuestra infancia y el otro digito de la ecuación sean las acciones que llevamos a cabo bajo nuestro libre albedrío..."
"...el abuso no es censurado por normas ni doctrinas, y al final es aceptado como algo normal y cotidiano."

Yo pienso que el sujeto racional, que sufrió traumas en su infancia, puede apaciguar sus alterados instintos hasta cierto punto, sin violencia hacia lo/s demás. El hombre es el reflejo de lo que aprendió, adquirió, vivió el niño.
Lo primero para llegar a una posible solución, es la educación a posteriori del individuo; además, no sólo del mismo sino de todos los que le rodean, con el fin de evitar, en términos metafóricos: un contagio pandémico, caída de las piezas de dominó...