4.10.2008

Artículo: Ayer volé

“-Wendy, Wendy, cuando estas durmiendo en esa
estúpida cama podrías estar volando conmigo,
diciéndoles cosas graciosas a las estrellas.”

Peter Pan, de J.M Barrie


La gente no me cree cuando les aseguro que ayer volé. Ahórrense las gracias y los comentarios sarcásticos, que si la gravedad por aquí, que si a Newton las manzanas se le caían, bla bla bla… les digo que yo ayer volé. Me encontraba en mi cuarto, libro en mano, a solo un par de líneas de terminar el capitulo, cuando sentí algo. No sabría como describirlo, podría colgarle un puñado de calificativos y matices, y sin embargo, nada tendría que ver con la sensación que me recorrió el cuerpo. La antesala de dicha sensación fue un calambrazo que hizo que me encorvara como un gato bufando, tan fuerte fue, que mis dedos se aflojaron dejando caer el libro al suelo. Y al segundo, la sensación de la que os hablo, indescriptible, apenas narrable solo por intuición ¿Alguna vez han tenido una certeza? Algo incuestionable. Pues fue eso lo que surcó mi mente como un flash, una convicción inapelable a cualquier razonamiento lógico. De igual forma que uno no duda al levantarse por la mañana de si podrá ese día andar, yo en ese momento sabia a ciencia cierta que podía volar. Encaminé mis pasos hacia el balcón y, de un grácil salto, sin preocuparme nada, me encaramé a la barandilla. Desde allá en lo alto el sentido común me gritaba dejándose la voz, “pon los pies en el suelo, chaval… que la hostia va a ser de antología”, pero la suave brisa que alborotaba mi cabello aquella mañana parecía puesta ahí adrede para llevarme de la mano en lo que seria mi primer vuelo. Desde abajo, a pie de calle, mi silueta dibujándose sobre el cielo debía de parecer la de un funambulista.

-¡¡No, no saltes chico!! –me gritó una vecina llevándose las manos a la cabeza.

Por el berrido que profirió la mujer de funambulista nada, daba más el perfil de un suicida dispuesto a reventarse contra el pavimento. Pero es que yo podía volar ¿Por qué sino iba hacer equilibrios en la barandilla? La mujer abajo seguía gritándome una retahíla de frases de aliento y esperanza, por lo que decidí callar a aquella escandalosa mostrándole que a mi eso de la gravedad no me afectaba, y que mi intención no era acabar con mi vida, sino tan solo la de volar. Alcé los brazos y la cabeza, dejando que me bañase el sol, y salté. He de confesar que me invadió un pánico mudo, carente de todo grito, ya gritaba bastante la señora de abajo, cuando en lugar de salir disparado hacia arriba, me precipité hacia abajo. El asfalto se acercaba cada vez más a mi, o yo a el, no se. Mientras, la mujer seguía gritando, ya no frases de apego hacia la vida, sino gritos de pánico más acordes con la nueva situación, en la que mi inminente hostión con el suelo parecía ya ser algo irremediable. Pero ya os digo que podía volar. Unos dos metros antes de besar el suelo, mi cuerpo entero se paró en seco, quedándome suspendido en el aire, justo encima de la vecina, la cual se le había roto el grito en la garganta, y ahora me miraba con los ojos como platos y la boca tan abierta que podía verle hasta los empastes.

-Es que es la primera vez que vuelo, no lo tengo aun muy dominado –le dije, como si aquello explicara que estuviese levitando encima de ella.
Su gesto no varió, el rictus de asombro se le había quedado petrificado en el rostro.

-Siento haberla asustado, perdone…-y dicho esto, y con un ascenso algo irregular, supongo que propio de alguien que se inicia en esto de volar, comencé a ganar altura, dejando a mi vecina allí, siguiéndome con la mirada y con la boca aun abierta.

Me elevé sin miedo, hasta ver por completo mi pueblo. Me quedé de nuevo suspendido allá arriba, donde apenas llegaban ruidos, donde el aire parecía más puro. Y me dio por reír, reír como un verdadero loco feliz por algo que parece entender solo él ¿Qué porque reía? Quizá fuera por estar, a todas luces, en un lugar donde nadie había estado nunca, suspendido en mitad de la nada. Lo mismo era por el mero hecho de volar, tal vez fuese la sensación tan inmensa de libertad que recorría mi ser, me daba igual, no pensaba ponerme a analizar el porqué de mi alegría. La sensación en si misma imperaba sobre todos los porqués. Desde arriba pude ver como dos niñas interrumpieron sus juegos y levantaban sus dedos señalándome en el cielo. Al poco, más niños que jugaban en el mismo parque, se unieron a las dos niñas, mientras a gritos, enunciaban que había alguien volando entre las nubes. Los coches comenzaron incluso a pararse en mitad de la carretera, y sus conductores salían y, usando su mano a modo de visera, me miraban también perplejos. En cuestión de minutos, como un reguero de pólvora, mi presencia en los cielos pasó de boca en boca, y todos salían a la puerta de sus casas a verme. En poco tiempo yo diría que tenia a media Granada mirando hacia arriba. Me vi indeciso en cuanto a que hacer, si en bajar y explicar porque volaba, lo cual, después de pensarlo un instante, no sabía porque podía hacerlo. Además, sin ponerme a cuestionar el grado de cultura de los habitantes de mi pueblo, sino más bien teniendo presente el axioma humano de temer todo aquello que desconocemos, lo mismo me linchaban nada más posar mi pie en el suelo, mientras al grito de ¡brujería, brujería! me llevarían en volandas a la plaza para meterme fuego movidos por una reminiscencia inquisitorial. O lo mismo no, oye, me decía debatiéndome a mí mismo, lo mismo bajas y todo son sonrisas y elogios, que si palmadita en la espalda, que si oye tío, como has hecho eso. Y a esto que allí, suspendido sobre miles de cabeza, va y me suena el móvil. Lo cogí raudo para decirle a quien fuera que me pillaba muy ocupado, sopesando a cientos de metros de altura el grado de tolerancia de la gente. Pero no me llamaba nadie, era la alarma del teléfono la que sonaba. Hit the road Jack, del amigo Ray Charles. Fue escuchar la primera frase de la letra de la canción y me empecé a notar más consciente de mis ochenta quilos de peso, los cuales, valga la expresión, comenzaron a volver a pesarme. Y entonces me precipité hacia abajo, preso de nuevo de la gravedad, de las manzanas y de la madre que parió a Newton. El gentío comenzó a gritar al unísono, y juraría que pude volver a oír la voz estridente de mi vecina por encima de todas, de nuevo, dándole banda sonora a mi caída en picado. Me desperté en mi cama, con la alarma del móvil sonando como cada mañana a ritmo de jazz. Alargué el brazo y cogí el móvil para hacer callar a Ray, y entonces, de nuevo, aquel latigazo de electricidad sacudiéndome hasta el tuétano, y de nuevo, los dedos volviéndose mantequilla y dejando caer el teléfono al suelo. Y de nuevo, la convicción de estar en posición de poder desafiar a las alturas. Me asomé al balcón, y ¿saben qué? Soplaba una brisa que invitaba a volar.

Azhaag

1 comentario:

Hibris. dijo...

Muy bueno, me ha gustado mucho.
Sigue así :)

Hibris