Todo un tesoro
Hay muchas clases de libros… los que se pueden ver hoy en día en las librerías, por ejemplo, son los que menos me gustan.
Me explicaré mejor…
Como casi siempre estoy tieso de viruta, mi cara acaba por resultar familiar en las librerías de viejo, esas en las cuales, si a uno no le importa llenarse del polvo que se acumula en los estantes, puede dar con verdaderos tesoros por cuatro duros.
Los que más me hacen tilín son, hoy en día, verdaderos incunables.
Muy difícil de dar con ellos.
Libros de tapas de cuero, la mayoría no llevan un titulo en su portada, y si lo hacen, lo muestran de manera muy sutil. Sus hojas muestran un aspecto amarillo macilento, casi apergaminado, y por lo general llevan engarzado al nervio una tira de tela a modo de marca páginas.
Libros viejos, en resumen.
El volumen de la fotografía de arriba ocupa un lugar especial dentro de mi biblioteca, di con el de manera fortuita, ya que no andaba buscándolo.
Lo encontré emparedado entre un muro de hojas impresas, casi puedo asegurar que lo oí gritar.
De tapas encuadernadas en un bonito cuero azul oscuro y con un curioso símbolo en su portada, el cual no arrojaba luz alguna sobre la naturaleza de este.
Se podría decir que fue un flechazo en toda regla, así que alargue la mano a través del estante, llevándome con la manga de la sudadera el polvo acumulado, y lo saqué de aquel festival de ácaros, dispuesto a llevármelo aunque fuese un tratado de cocina regional.
Una vez en mis manos, limpie su portada y lo examiné. Al mirar la primera hoja ví que había sido publicado en 1967, así rezaba su fecha de impresión. Para el tiempo que tenía estaba muy bien cuidado, lo habían tenido manos amigas desde luego.
Seguí escudriñando el ejemplar, en su nervio central brillaban con unas gastadas letras doradas, el nombre de la criatura.
“Bécquer/Rimas y Leyendas”
Yo ya tenía un ejemplar de Bécquer, pero este era raro y viejo de narices.
Ya podría aparecer al lado el Necronomicon de Lovecraft, que no me haría dudar de mi decisión, este libro se vendría conmigo.
Sin embargo estaba el problema del dinero, metí la mano en el bolsillo de mi vaquero he hice sonar las monedas. El escaso ruido que me llego a los oídos no vaticinó nada bueno.
Del total que tenia, que eran cinco euros, necesitaba dos para autobuses, lo que reducía mi capital a unos menguados tres euros.
Hay muchas clases de libros… los que se pueden ver hoy en día en las librerías, por ejemplo, son los que menos me gustan.
Me explicaré mejor…
Como casi siempre estoy tieso de viruta, mi cara acaba por resultar familiar en las librerías de viejo, esas en las cuales, si a uno no le importa llenarse del polvo que se acumula en los estantes, puede dar con verdaderos tesoros por cuatro duros.
Los que más me hacen tilín son, hoy en día, verdaderos incunables.
Muy difícil de dar con ellos.
Libros de tapas de cuero, la mayoría no llevan un titulo en su portada, y si lo hacen, lo muestran de manera muy sutil. Sus hojas muestran un aspecto amarillo macilento, casi apergaminado, y por lo general llevan engarzado al nervio una tira de tela a modo de marca páginas.
Libros viejos, en resumen.
El volumen de la fotografía de arriba ocupa un lugar especial dentro de mi biblioteca, di con el de manera fortuita, ya que no andaba buscándolo.
Lo encontré emparedado entre un muro de hojas impresas, casi puedo asegurar que lo oí gritar.
De tapas encuadernadas en un bonito cuero azul oscuro y con un curioso símbolo en su portada, el cual no arrojaba luz alguna sobre la naturaleza de este.
Se podría decir que fue un flechazo en toda regla, así que alargue la mano a través del estante, llevándome con la manga de la sudadera el polvo acumulado, y lo saqué de aquel festival de ácaros, dispuesto a llevármelo aunque fuese un tratado de cocina regional.
Una vez en mis manos, limpie su portada y lo examiné. Al mirar la primera hoja ví que había sido publicado en 1967, así rezaba su fecha de impresión. Para el tiempo que tenía estaba muy bien cuidado, lo habían tenido manos amigas desde luego.
Seguí escudriñando el ejemplar, en su nervio central brillaban con unas gastadas letras doradas, el nombre de la criatura.
“Bécquer/Rimas y Leyendas”
Yo ya tenía un ejemplar de Bécquer, pero este era raro y viejo de narices.
Ya podría aparecer al lado el Necronomicon de Lovecraft, que no me haría dudar de mi decisión, este libro se vendría conmigo.
Sin embargo estaba el problema del dinero, metí la mano en el bolsillo de mi vaquero he hice sonar las monedas. El escaso ruido que me llego a los oídos no vaticinó nada bueno.
Del total que tenia, que eran cinco euros, necesitaba dos para autobuses, lo que reducía mi capital a unos menguados tres euros.
Me acerque a la chica del mostrador, que estaba ensimismada leyendo una novela de Agatha Christie… “Asesinato en el Orient Express” era el titulo.
-¿Cuánto cuesta? –pregunté.
La chica me miro como si le estuviera hablando en chino, y tras unos segundos de silencio me vi obligado a sonreír y a mostrarle de nuevo, aun más si cabe, el libro que sostenía en la mano.
-Aaaah… perdona. –Me dijo devolviéndome la sonrisa. –Este vale mmmmm… cuatro euros. –contesto y volvió a bajar la vista hacia su libro.
Me había chafado el chollo, casi me dio la impresión de que me había estado observando y había subido en un euro el precio del libro adrede. Me dieron ganas de gritarle “¡¡Pues que sepas que en ese libro se cargan de tres tiros a Hercules Poirot!!”, pero me contuve.
Como ya había señalado, necesitaba dos euros para los autobuses y solo disponía de tres, las matemáticas me jodieron vivo una vez más.
Existía otra solución, a la cual había recurrido en otras ocasiones, pero no me terminaba de gustar.
No, no era robarlo, no me sean mal pensados. Era otra treta algo menos censurable que el hurto.
Consistía sencillamente en volver a emparedar aquel libro lo mejor posible, y volver en unos días, con la esperanza de que ningún otro mercenario de Gutenberg diese con el hasta mi vuelta.
Ya que el visible cartel de “No se apartan libros”, hacia que renunciara a la posibilidad de convencer a la chica que seguía enfrascada en su lectura.
¿Qué que hice? Se lo pueden imaginar… acabe en la puerta de la tienda, con el libro en mi mochila, una sonrisa en la cara y tan solo un euro en mi bolsillo.
Tuve que caminar una larga hora bajo la lluvia, sin mas protección que mi capucha, todo el trayecto que solía hacer en autobús, pues mi reciente adquisición me había privado de hacer mas cómodo el viaje.
Pero no importaba, tenia el libro. Ni siquiera me importo el comentario jocoso del chofer del otro autobús que debía coger para ir a mi casa, cuando me vio aparecer hecho una sopa.
-Hay una cosa que se llaman paraguas, niño…
Le reí la gracia, un día es un día, y me senté. Me seque las manos en los vaqueros y saque el libro de mi mochila.
Era un verdadero dinosaurio, un superviviente nato que se negaba a morir comido por los bichos en alguna vieja estantería.
No como los libros de hoy en día, los cuales declaraba al principio de este escrito que no me gustan demasiado.
-¿Cuánto cuesta? –pregunté.
La chica me miro como si le estuviera hablando en chino, y tras unos segundos de silencio me vi obligado a sonreír y a mostrarle de nuevo, aun más si cabe, el libro que sostenía en la mano.
-Aaaah… perdona. –Me dijo devolviéndome la sonrisa. –Este vale mmmmm… cuatro euros. –contesto y volvió a bajar la vista hacia su libro.
Me había chafado el chollo, casi me dio la impresión de que me había estado observando y había subido en un euro el precio del libro adrede. Me dieron ganas de gritarle “¡¡Pues que sepas que en ese libro se cargan de tres tiros a Hercules Poirot!!”, pero me contuve.
Como ya había señalado, necesitaba dos euros para los autobuses y solo disponía de tres, las matemáticas me jodieron vivo una vez más.
Existía otra solución, a la cual había recurrido en otras ocasiones, pero no me terminaba de gustar.
No, no era robarlo, no me sean mal pensados. Era otra treta algo menos censurable que el hurto.
Consistía sencillamente en volver a emparedar aquel libro lo mejor posible, y volver en unos días, con la esperanza de que ningún otro mercenario de Gutenberg diese con el hasta mi vuelta.
Ya que el visible cartel de “No se apartan libros”, hacia que renunciara a la posibilidad de convencer a la chica que seguía enfrascada en su lectura.
¿Qué que hice? Se lo pueden imaginar… acabe en la puerta de la tienda, con el libro en mi mochila, una sonrisa en la cara y tan solo un euro en mi bolsillo.
Tuve que caminar una larga hora bajo la lluvia, sin mas protección que mi capucha, todo el trayecto que solía hacer en autobús, pues mi reciente adquisición me había privado de hacer mas cómodo el viaje.
Pero no importaba, tenia el libro. Ni siquiera me importo el comentario jocoso del chofer del otro autobús que debía coger para ir a mi casa, cuando me vio aparecer hecho una sopa.
-Hay una cosa que se llaman paraguas, niño…
Le reí la gracia, un día es un día, y me senté. Me seque las manos en los vaqueros y saque el libro de mi mochila.
Era un verdadero dinosaurio, un superviviente nato que se negaba a morir comido por los bichos en alguna vieja estantería.
No como los libros de hoy en día, los cuales declaraba al principio de este escrito que no me gustan demasiado.
Los de reciente publicación, ese Capitán Alatriste, por ejemplo, con la jeta del actor Viggo Mortensen en portada, junto a la cita en rojo brillante y en relieve que grita entre sus exclamaciones ¡¡Llevado al cine!! En paralelo, junto a esta y un poco mas abajo, otra del mismo color resultón que reza ¡¡Por tan solo 5 euros!!
Hacerle semejante vejación publicitaria a un libro es denigrante.
De hay que apreciase tanto lo que tenia entre manos, era todo un tesoro… al volver a abrir sus paginas, una de ellas, me contesto dándome la razón.
De hay que apreciase tanto lo que tenia entre manos, era todo un tesoro… al volver a abrir sus paginas, una de ellas, me contesto dándome la razón.
6 comentarios:
Creo que todos los buenos lectores preferimos cien mil veces un libro antigüo, con sus páginas amarillentas, usado, que uno de esos que adornan los escaparates con ese único fin: adornar.
Tengo la suerte de que a mi madre también le apasione la letra impresa tanto como a mi y cuando tenía mi edad era (casi :p) tan aficcionada como yo a gastarse su dinero en libros. Por ello dispongo de ejemplares que, para mi, valen su peso en oro.
Desgraciadamente en mi ciudad no hay ninguna librería del viejo... :(
Me ha encantado el post Rubén, y...bueno...yo también me hubiera decantado por caminar un trayecto bajo la lluvia, pero, al igual que tu, me llevaría el libro. :D
Un beso.
Hibris
Buenos dias compañero de Tumba!
(soy Nimrod)
He leido algun que otro texto tuyo en el portal y los dos ultimos me han encantado y curioseando he visto que tu tambien tienes un blog, asi que aparte de saludarte por aqui tambien e invitarte a hecharle un ojo a lo que yo escribo te comento sobre tu texto que como bien dice el libro, son pequeños tesoros, espero sacar algun dia y encontrar librerias de libros antiguos por mi ciudad ^^
Un saludo
Gracias por dejarte caer por aqui :D
Un saludo.
Azhaag
Yo tengo algunos ejemplares de mi abuelo, la mayoría estaban en mal estado cuando los recuperé. Ese parece recién editado. :p
Pue si, su anterior dueño parecia que lo arropaba cada noche :)
Un saludo.
Azhaag
Pues Azhaag, me ha sorprendido gratamente tu blog. A mi tambien me fascinan los libros, y si son antiguos y raros, mucho mejor.
Tengo un ejemplar de La Ilíada de más de 60 años (tampoco es tan viejo :) y es increible sentir el olor de las páginas amarillentas.
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