3.09.2008

Relato: El rey y el ermitaño


De la revista Dojo nº 359 rescato este hermoso cuento de oriente, de la sección de filosofía, el cual no he podido evitar la tentación de versionarlo.
Dicha sección recoge todos aquellos cuentos milenarios de difusión oral que vienen del país del sol naciente, cada uno de ellos encierra una valiosa lección que empuja a la reflexión una vez concluida su lectura.
Este en concreto versa sobre la natulareza de la verdad y el camino hacia el conocimiento.
Dice así…

El rey y el ermitaño

Érase que se era en un país muy lejano… un rey que lo albergaba la tristeza y el desanimo, noche tras noche, sentado en su trono, reflexionaba cabizbajo sin ser capaz de encontrar la solución a su problema. Las noches se sucedían, y el pesar del rey crecía por momentos. Sus preguntas eran punzantes aguijones cuyo único alivio era una respuesta con la que nunca lograba dar. Desde su castillo veía como el mundo convulsionaba entre estertores de muerte, pues la guerra era la única cosa que contemplaba a través de sus ventanas
¿Por qué el mundo no puede ser mejor? ¿Por qué sus gentes no pueden ser buenas para con los demás? Preguntas sencillas en apariencia y complejas en su solución.
Cierto día, oyó hablar a uno de sus sirvientes de un hombre que vivía en la montaña, un ermitaño cuya fama se la había granjeado su increíble sabiduría y sus amplísimos conocimientos. Mandó a sus jinetes más veloces a que le trajeran a este hombre frente a él. Con él, con su ayuda, pensó, podré alcanzar una respuesta. El ermitaño, de aspecto andrajoso y vestido con sucias telas, se personó ante el rey.

-¿Qué desea su majestad?-preguntó.

-La gente habla de ti, dicen que no hay nadie más sabio que tú en todo lo que abarca mi reino –dijo el rey.

-La gente habla demasiado, majestad…

-Hablando de la gente… la pregunta que deseo hacerte les concierne a ellos ¿Qué he de hacer para que la gente sea mejor?- preguntó el rey.

El ermitaño no dudó y contestó de inmediato.

-El camino para alcanzar esa meta no esta regido por leyes, majestad. Es una cuestión de actitud y de aprendizaje, de sembrar y de practicar para poder llegar a la verdad superior, que nada tiene que ver con la mundana verdad. La verdad de la que os hablo esta solo al alcance de muy pocos –dijo el ermitaño.

El rey reflexiono en silencio.

-Se que puedo hacer para que la gente diga la verdad, lo puedo conseguir y sé como. Gracias por tu ayuda, puedes retirarte –declaro el rey.

El ermitaño se inclino ante el rey y se marcho de palacio.

A la mañana siguiente un emisario del rey dictó una nueva norma que regiría al reino, por la cual las puertas de acceso al reino quedarían cerradas, y todo aquel que desease entrar seria interrogado. Si los guardias averiguasen que dicha persona mentía, ese individuo seria ahorcado sin dilación. Solo podrían entrar aquellas personas que dijesen la verdad.
El ermitaño se hizo eco de la nueva norma impuesta por el soberano y pidió audiencia ante él.

-¿A que has venido de nuevo? –pregunto el rey.

-Voy camino del cadalso para ser ahorcado, majestad –contestó.

El rey palideció ante tal respuesta.

-No es verdad…

-Bueno, en tal caso, es mentira… he mentido. Debo ser ahorcado.

-Pero si te ahorcamos porque has mentido…lo que dices será cierto, y entonces te habremos ajusticiado por haber dicho la verdad.

-Así es majestad, es ahora cuando sabe lo que es la verdad, su verdad –sentenció el ermitaño.

Enseñanza: Afianzarse en perspectivas personales entorpece el camino hacia el conocimiento, pues como ya dijo Nietzsche, “toda convicción es una cárcel”.

Azhaag

5 comentarios:

Hibris. dijo...

ooh, me encanta, qué chulada...
Gracias por compartirlo. :D

Un beso.
Hibris

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Katrina Van Dassos dijo...

Qué bueno...
me encanta la moraleja.

Un abrazo

Anónimo dijo...
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