7.08.2007

"Y digo yo..." - La espiral

Mirada severa, con el brillo que nace de la inteligencia. Prominente calva y poblada barba. Fernando Jiménez del Oso (Madrid, 21 de julio de 1941 - Madrid, 27 de marzo de 2005), psiquiatra y parapsicólogo, director y editor de programas de televisión o revistas durante algo más de tres décadas. Para mí siempre ha sido y será un ejemplo a seguir, su forma de escribir y su incomparable dicción se me antojaban inalcanzables ayer y hoy. A modo de prologo, siempre escribía en la revista “Enigmas” (la cual deje de comprar tras fallecer él) una pequeña columna con el nombre “Y digo yo”.
Aquel mensual comunicado tocaba diversos temas, desde profundas reflexiones a cómicas situaciones.
Poco a poco iré rescatando del armario donde guardo mi colección de Enigmas los mejores artículos escritos por este hombre, de momento aquí os dejo el primero.


Y digo yo...

Imagino una sólida estaca hundida profundamente en la tierra. Arrollada a ella, formando un ovillo, una invisible cuerda cuyo extremo libre está atado a nuestra cintura. Nacemos y comenzamos a andar. Unidos a la estaca, recorremos círculos que, al irse desenrollando la cuerda, son cada vez más amplios. Describimos, en fin, con nuestra marcha una espiral que se aleja del punto de partida, hasta que, estirada ya toda la cuerda -si un accidente o una muerte prematura no la han roto-, iniciamos sin darnos cuenta un camino de regreso. Seguimos caminando, pero ahora los círculos van siendo progresivamente más pequeños. Sin cambiar el sentido de la marcha, la espiral, que antes nos alejaba del origen, nos aproxima inexorablemente a él para, enrollada de nuevo la cuerda en torno a la estaca, terminar donde empezamos. Es un viaje de ida y vuelta que, desde la experiencia personal, se ha iniciado en la nada y retorna a ella. Puede que haya un antes y un después, quiero creerlo, pero me refiero aquí a lo vital, no a lo trascendente.

En la primera parte de nuestro viaje, recorremos un camino inédito, un sendero de descubrimientos. Experimentamos lo que, por ser nuestro, consideramos único. Con fragmentos de conocimiento ajeno -el de otros que, antes que nosotros, hollaron la misma vereda- y un mínimo de reflexión, elaboramos un conocimiento propio que se nos antoja original y defendemos como si fuera la verdad suprema. En esa fracción de camino incorporamos el amor, el deseo, la pérdida, el dolor... Descubrimos nuestra fragilidad y, asustados, nos aferramos con fuerza a lo que, desde fuera, nos dé esa seguridad de la que carecemos: riqueza, fama, poder, admiración... cada cual de acuerdo a su medida y circunstancia, aunque, a la postre, de poco o nada nos sirva, porque lo externo es sólo un decorado y en el sí mismo, en lo que somos y sentimos, no cabe otro que uno; se está solo, no hay sitio para nadie y para nada más.

Llegada a su límite la cuerda, comienza a invertirse la espiral y, pensando que seguimos adelante, regresamos, vivimos lo que, en el fondo, ya está vivido. Sentimos, sí, pero es lo que ya antes habíamos sentido, matizado esta vez por el tiempo y la experiencia, sin el desgarro y el gozo que tuvo cuando nuevo. Con la soledad asumida, la necesidad de lo externo se limita a lo esencial, y al reencontrarnos con lo que nos pareció importante, vemos que es cosa vana y no merecía el esfuerzo. Hasta la memoria señala en el viejo el auténtico sentido de la marcha, volviendo fresco el recuerdo de su infancia y desvaído el de lo que hizo esa misma mañana.
Creo que sólo una cosa permite que la vida acabe sin haber emprendido el camino de retorno: dársela a los demás. Sentirse útil al otro, saberse necesario, es romper la cuerda. Una vez rota, se sigue caminando mientras el cuerpo aguante, sin importar a dónde, sin necesidad alguna de echar la vista atrás. Y es que hay vidas que terminan en sí mismas y otras que sirven para algo.

F.Jimenez del Oso

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

:D Reverencias a Jiménez del Oso. Hace poco le han hecho un homenaje en Madrid, dirigido por Juan Antonio Cebrían y donde participaron, entre otros, J.J.Benítez, J.Miguel López Ibor y Enrique de Vicente. No es para menos.

Reverencias también a ti, Rubén, por esta gran idea. ¿Para cuando el siguiente "Y digo yo..."?

Un besiño.

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