7.24.2007

Relato: Conversación ante el espejo V

Conversación ante el espejo V

“Aún seguía sentado en la cama, escuchando,
exactamente lo mismo que yo había hecho noche
tras noche, escuchando eternamente los relojes
de la pared.”

El corazón delator, de Edgar Allan Poe.


No lograba dormir. Lo cual venia siendo una constante en mi vida desde hacia meses, físicamente me había acostumbrado, me bastaban unas pocas horas para funcionar con normalidad al día siguiente, sin embargo uno no es consciente de lo larga que puede llegar a resultar la noche. Los minutos se vuelven densos, los segundos eternos y el silencio llega incluso a molestar. No se oye absolutamente nada, ninguna clase de ruido, ni el eco de unos pasos, ni el bramido de alguna moto, nada de nada, pero si que se oye su voz.
Siempre tiene algo que decir o algo que preguntar, y como por lo visto mi insomnio también lo mantenía en vela a él, pues allí se encontraba, tras el espejo.

-Dicen que quienes no logran dormir en la noche son aquellos que tienen demasiado en lo que pensar –dijo, dando comienzo a la conversación la figura del espejo.

-También dicen que aquellos que hablan sin parar lo hacen para que la gente no se de cuenta de que no tienen nada que decir –le contesté manteniéndome de espaldas a él, recostado sobre la almohada.

-Touché... Venga, ahora en serio amigo ¿Por qué no logras dormir?

Me gire a mirarlo, prefería hablar con él antes de seguir contando estrellas desde la ventana, o peor aun, puntitos en el gotelé del techo.

-Por que roncas como un oso.

-¿Los osos roncan? –preguntó irónicamente siguiéndome el juego.

-Si, igualitos que tú.

-Creo que es por eso por lo que tu insomnio no desaparece. Por que ni tú sabes el motivo de su origen, y por eso no lo puedes cortar de raíz –me miró clavándome la mirada, sus ojos incomprensiblemente eran de un marrón mucho más oscuro que los míos, casi negros por completo. –Bueno, consuélate pensando que a lo largo de la noche puedes ver y oír cosas que los demás ni siquiera pueden imaginar.

Intenté preguntarle de que estaba hablando, pero la figura me interrumpió pidiéndome que guardara silencio.

-Sssssh… cállate un segundo –dijo, señalando con un dedo hacia la ventana abierta.
Me acerqué con curiosidad, un inexplicable viento helado barría las calles.
Afuera no se oía nada, ninguna clase de sonido por pequeño que este fuese. Me asomé un poco más por la ventana y eché una ojeada, las calles estaba desiertas, lo único reseñable era una farola que se limitaba a parpadear un par de casas más abajo.

Volví a mirar a la figura del espejo, la cual seguía consultando su reloj. De pronto levanto la vista, en sus ojos ya no se distinguía ninguna tonalidad marrón, eran negros por completo.

-Ahora…, escucha –susurró.

A lo lejos, el sonido de las campanas de la vieja iglesia marcaron las cuatro de la madrugada.
Al siguiente segundo, pues no transcurrió ni un instante más, la calle cobró vida.

Decenas de gatos y perros salieron de ninguna parte, por los tejados de las casas, de debajo de los coches y de los contenedores de basura. Ninguno plantaba cara a su antagonista, los perros paseaban tranquilos al lado de los gatos y estos igual al lado de los perros.
Las sombras salieron de los muros con ágiles y largos pasos.
Yo contemplaba aterrado desde mi ventana aquella escena exenta de toda lógica.

-Permite que te aclaré un poco la situación. Vosotros los seres humanos os habéis extendido a lo largo y ancho de este mundo, y con vuestra presencia habéis cohibido a otras criaturas que estaban aquí antes que vosotros –la figura me hablaba, mas yo era incapaz de apartar la vista de la ventana.- Tildáis de locos y enfermos a aquellos que aseguran que eso que tú estas contemplando es posible, arremetéis contra ellos con el peso de la razón y la lógica, y los confináis entre cuatro paredes pues consideráis que están enfermos. ¿Cómo vais a asentar vosotros una lógica en este mundo? Nunca os ha pertenecido del todo, solo sois uno de tantos, una forma de vida más en la interminable lista de criaturas que han pisado este mundo.

En la calle aquel macabro desfile de locuras seguía, los árboles y arbustos arrancaban sus raíces de la tierra y se unían al grupo. Un silencioso aleteo, casi imperceptible, hizo que levantase la cabeza hacia la luna y su fulgor. Cientos de aves, unas conocidas por verlas día a día, y otras ignoradas por completo, de aspecto amenazante y de gran tamaño, bajaban desde los cielos a unirse a sus hermanos.

Mientras tanto la figura del espejo continuaba con su explicación.

-Todo lugar tiene su hora, una hora pactada en la cual las criaturas que vosotros desterrasteis a la oscuridad de la noche, salen de sus escondrijos. En este caso, en este lugar, la hora pactada son las cuatro.

Apenas si lo oía, ni tan siquiera me gire a mirarlo, era incapaz de desviar la mirada de aquella escena que se producía en la calle, bajo la luz de la farola que parpadeaba nerviosa.

Todas aquellas criaturas se habían acercado unas a otras formando un círculo, como una asamblea. Parecían que discutían algo, pero desde mi ventana tan solo alcanzaba a oír murmullos en una lengua totalmente desconocida por mí.
Un escalofrió me recorrió la espalda cuando contemplé desde las alturas como aquel elenco reía, una risa nerviosa y malsana, algo que como ya me decía la figura del espejo, no fue concebida para ser oída por humanos.

De repente uno de los gatos, blanco como la nieve, él cual parecía presidir aquella reunión, levantó su mirada en dirección hacia mi ventana. Sus dos ojos amarillos centellearon al observarme. Todo aquel elenco de criaturas levantó su mirada al unísono, sorprendidos de verme.

-Sin embargo, la regla es tajante. Ningún mortal puede contemplar esto. Y eso te incluye a ti… -me dijo la figura del espejo.

Todas aquellas criaturas comenzaron a trepar por la fachada en dirección a mi ventana, las sombras se alargaron, serpenteando por el muro. Los gatos comenzaron a saltar de tejado en tejado, ganando en altura con cada nuevo brinco. Los árboles alargaban sus mohosas ramas, perdiendo sus negras hojas en el aire. Venían a por mí.

Presa del pánico retrocedí asustado, sin dejar de mirar por la ventana como aquellas criaturas de la noche avanzaban para darme caza.
Mientras me alejaba de la ventana choque de espaldas contra algo, gire la cabeza lentamente y al mirar al espejo no encontré ninguna imagen en el. La figura del espejo se encontraba delante de mí. Fuera del espejo parecía mucho más grande, sus ojos eran dos manchas azabaches en las que pude ver mi rostro aterrado.

-¡Deberías estar dormido! –Rugió antes de abalanzarse sobre mí.

Me incorporé de la cama empapado en sudor, había sido una pesadilla, solo una pesadilla. Rápidamente miré el reloj, pero la oscuridad en la habitación era demasiado densa para ver la hora, mas no hizo falta, las campanas a lo lejos sonaron cuatro veces.
Me quede helado, incapaz de moverme. Me acerque tembloroso a la ventana. Nada. No había nada allí abajo, los árboles seguían en la tierra, las sombras se limitaban a no moverse de la pared en las que se dibujaban, todo estaba en orden. Solo había sido una pesadilla.

-¿Qué te ocurre?- me giré sobresaltado al oír su voz. La figura me miraba extrañada desde el espejo.- ¿Un mal sueño?

Respire aliviado, e intenté que mi voz pareciera serena.

-No ha sido nada, espero no haberte despertado- le dije.

-No, no he podido dormir, y la culpa la tienes tú.

-¿Yo? –pregunté.

-Si, tú…, roncas como un oso...


Azhaag

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Todas aquellas criaturas comenzaron a trepar por la fachada en dirección a mi ventana, las sombras se alargaron, serpenteando por el muro. Los gatos comenzaron a saltar de tejado en tejado, ganando en altura con cada nuevo brinco. Los árboles alargaban sus mohosas ramas, perdiendo sus negras hojas en el aire. Venían a por mí."

Cada vez escribes mejor Rubén.
Muy bien descritas las escenas, atrapas al lector.
Sigue así. :)

Hibris

Azhaag dijo...

Gracias Laura :D

Un beso.

Azhaag

sinnombre dijo...

Me gusta bastante, buen sueño.